Publicado el 20/02/2018
La segunda víctima
Estudios recientes ponen de manifiesto que la segunda víctima es un fenómeno real y de mayor trascendencia de la que se pueda imaginar. A pesar de la relevancia de este problema, su abordaje por parte de las organizaciones es relativamente reciente.
En nuestro anterior Apunte de Gestión Sanitaria, titulado “Errar es Humano”, se hacía mención a la existencia, siempre que ocurre un evento centinela, de una segunda víctima, que es el profesional al que le ha sucedido el error.
El primer caso conocido de segunda víctima fue en 1817, cuando el Dr. Richard Croft, médico de la corte inglesa, se suicidó tras la atención del parto de la princesa Charlotte, en el que el recién nacido, llamado a ser el sucesor de Jorge III, y la madre fallecieron. El Dr. Croft no pudo superar su sentimiento de culpabilidad y se suicidó unos meses después. la naturaleza humana puede hacer aflorar, con facilidad, estos sentimientos de profunda culpa, que las organizaciones deben saber y poder abordar, para facilitar el apoyo oportuno.
Estudios recientes ponen de manifiesto que la segunda víctima es un fenómeno real y de mayor trascendencia de la que se pueda imaginar: Según un estudio de la revista BMC Health Services Research, el 3% de los médicos a los que les sucede un error con consecuencias graves, acaban dejando la profesión. El 62% de los médicos reconoce haber sufrido la experiencia, en los últimos cinco años, de ser “segunda víctima” directamente o a través de un compañero y un 28% de estos médicos habían tenido que retirarse temporalmente de la actividad asistencial, antes de poder seguir trabajando.
A pesar de la relevancia de este problema, su abordaje por parte de las organizaciones es relativamente reciente. En el British Medical Journal de marzo de 2000, el Dr. Albert Wu publicaba un artículo titulado “Error médico. La segunda víctima”, en el que se destacaba, por primera vez, la existencia, como víctima además del paciente, del profesional al que le sucedía un error con graves consecuencias.
Ese mismo año, James Reason puso de manifiesto que la actitud tradicional, culpabilizadora frente a los errores médicos, no generaba mejora ni aprendizaje, consolidando, además, un estado de opinión en la que el profesional aparece como culpable e incompetente. A esta actitud contraponía una propuesta de abordaje, no culpabilizador, de estas situaciones desde la perspectiva de la búsqueda de las debilidades de los sistemas de trabajo, potenciales favorecedores de los errores, y considerando que el profesional al que le sucede un error involuntario es una evidente segunda víctima.
Los artículos de Reason y Wu representaron, en su momento, un punto de inflexión en la consideración de los errores médicos, después de décadas de culpabilización de los profesionales, a los que era habitual calificar de incompetentes. Estas publicaciones iniciaron una cultura de aprendizaje del error y de mejora continua de los sistemas de trabajo para prevenir la posibilidad de errores.
Podríamos pensar que desde el año 2000 ha habido un gran avance y es cierto que lo ha habido, pero todavía hay mucho camino por recorrer en el proceso de saber separar la negligencia del error involuntario, que es el origen de la segunda víctima.
Un ejemplo de esto último es el ampliamente conocido caso de una pediatra de Leicester (Reino Unido), retirada de la profesión por una sentencia del pasado enero en la que, a juicio de muchos profesionales asistenciales, no se tuvieron en cuenta los elementos relacionados con los procesos y sistemas de trabajo y que fueron facilitadores de un error con consecuencias fatales para el paciente y para la pediatra, como segunda víctima.
En este contexto, es razonable plantear que las instituciones deben actuar para dar soporte a los profesionales que son esta segunda víctima. Instituciones como la Johns Hopkins Hospital han desarrollado actuaciones para dar soporte a estas personas, e incluso la Joint Commission International incorpora en la última edición de su manual de estándares de acreditación (6ª edición, 2017), la necesidad de desarrollar mecanismos de soporte a estas personas.
Sin embargo, no se puede concluir que todas las situaciones en las que se producen eventos con consecuencias graves deben considerarse errores involuntarios achacables a defectos sistémicos. Es necesario diferenciar, muy claramente, la negligencia y el descuido, del error. La cultura de no culpabilización del error, necesaria en los procesos de mejora, no debe ser la vía para dar cobertura a las actitudes negligentes, inaceptables por sí mismas.